Thursday, December 30, 2010

Martín Caparrós - Larga distancia

Al llegar a Moscú, cualquiera podría pensar que está en la ciudad más fea del mundo. La primera imagen es de terror: es como si millones de ladrillos muy realistas y muy socialistas avanzaran pesadamente sobre el viajero, cantando una marcha patriótica con la seguridad de quien sabe que nada podrá detenerlo. Son enormes moles grises, tristes, resignadas a una lenta decadencia, que nadan en un mar de polvo que se te pega a los zapatos como un perro sin dueño. Son inmensas avenidas sin pasos para peatones, llenas de coches que te buscan la cintura a cien por hora y camiones verdes que se pasean vacíos en todo momento, por todos los rincones. Avenidas donde algún chico limpia parabrisas a cambio de unos copecs, aventurándose en la libre empresa, y donde la vida parece ser el escaso tiempo libre necesario para llegar del trabajo a una cola, y a otra cola.

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